Ayer en la noche, a eso de las once p.m., mientras leía, una mosca se posó muy modestamente pero a la vez con gran maestría sobre la hoja que leía del libro. Me sorprendió mucho ver a una mosca a altas horas de la noche vagando por ahí, totalmente desfasada de las costumbres y usos horarios de su especie. Cerré con todas mis fuerzas el libro con el objetivo de aplastarla. Me daba miedo que, así como rompió los códigos de comportamiento de su comunidad, pudiera romper otras reglas impuestas a su condición de mosca; qué se yo, salir volando luego como si nada. Afortunadamente, eso no pasó y la mosca murió. Todo pasó, aunque después la moví a una servilleta y la seguí aplastando, no vaya a violar otras reglas impuestas, no sólo a su especie, sino a los seres vivos en general. Afortunadamente, eso no pasó. Pero qué falta de respeto.
Una mujer sólo sale de su casa para servir a otra casa. Una mujer debe pedir disculpas por sus pecados. Una mujer nunca está sola, siempre está acompañada por sus pecados. Una mujer nunca es ella misma; es ella y su culpa. Si bien la confesión no la redimirá, por lo menos le hará más llevadera la vida en este mundo. Este es un mundo de hombres. Al menos esa es la imagen que nos trasmite Robert Eggers, el director de The VVitch ; una película fantástica (con tintes trágicos) sobre brujas y ambientada en Nueva Inglaterra del siglo XVII. La historia se centra en la hija mayor en una familia puritana que ha sido expulsada de su comunidad. Thomasin no ha cometido ninguna falta ética, más bien su destino se ve trazado por una característica innata en ella: su cuerpo está dejando la pubertad y está a punto de ser mujer. La sociedad (representada por cada uno de los integrantes de su familia) la mira de reojo porque ella ha empezado a utilizar su voz para opinar sobre el mundo. Desde que empi